Dos veces se ha hecho presente la mentira para desnudar a la Lista del Pueblo. El descubrimiento de ciertas falsedades que probablemente llevó a muchos de sus integrantes a renunciar, buscando una nueva forma de independencia, se ha hecho ahora evidente e incontrastable para todos los ciudadanos.
Ya es definitivo: en la Lista del Pueblo ha habido quienes han mentido.
La candidatura presidencial de Ancalao se frustró por decenas de miles de mentiras articuladas en una sola gestión: firmas de apoyo obviamente nunca registradas ante un notario ya fallecido, y el aura y la vicepresidencia del convencional Rojas se diluyeron ante el reconocimiento de la mentira sanitaria con que desplegó su campaña electoral. (Si no fuera tan trágica su situación, solo podría compararse con la de aquel senador que afirmaba haber sufrido un accidente de trabajo, mientras se desplazaba mediante una moto de nieve).
No es de ahora la mentira en la vida pública: tremenda novedad.
La historia la ha estudiado bajo sus formas más extendidas: demagogias, silencios u ocultamientos y falsedades groseras, a veces aisladas y en otras oportunidades difundidas mediante campañas sistemáticas. Miente, miente…
De vez en cuando, son las instituciones las que descubren la mentira; en otras ocasiones, es la conciencia la que la revela; bastante mejor esta segunda causa que la primera.
Pero cuando aparece la verdad, siempre quedan pendientes dos preguntas: ¿desde qué presupuestos se ha mentido? y ¿qué otras falsedades están aún por descubrir?
En los dos casos de la Lista del Pueblo, el punto de partida ha sido una aparente o real posición de vulnerabilidad: el precandidato presidencial había pasado por el Sename y pertenece a una minoría étnica; el candidato a convencional padece una enfermedad de mal pronóstico y oneroso tratamiento. Desde esas posiciones, se transmitió la condición de víctima y se convirtieron, por lo tanto, en creíbles y dignas de apoyo ambas candidaturas. Desde esa plataforma de debilidad era más fácil mentir. Incluso, en caso de ser descubiertos —y se está comprobando con las reacciones de apoyo— la condición de vulnerabilidad quedaba ratificada: se era tan débil, se estaba tan al margen del poder, que había sido “necesario” mentir.
Seguramente, para facilitar la mentira han operado también otros dos condicionamientos. Por una parte, se ha asumido que las instituciones funcionan tan mal, que difícilmente descubrirían los engaños, y, por otra, quizás se ha actuado contando con que se ha instalado en el ambiente una mentira incontrastable: solo los ricos y poderosos mienten, y es por esa vía que lo han conseguido todo.
¿Qué otras falsedades están aún por descubrirse en la Lista del Pueblo?
Valiosa investigación periodística sería aquella que pudiese determinar qué fuerzas políticas previamente organizadas articularon el proyecto, qué intereses aún no descubiertos lo impulsaron, qué recursos permitieron la inscripción de las candidaturas y qué fórmulas de financiamiento, extranjeras o nacionales, hicieron posible esas campañas. Porque hasta ahora se nos ha dicho que estábamos en presencia de una espontánea conjunción de anhelos populares que habían encontrado en el caso a caso un misterioso mínimo común. ¿Será verdad?
Y también sería muy importante preguntarse por la veracidad de quienes desde la Lista del Pueblo hablan solo de “refundación”, y parecen ofenderse cuando hay sospechas de que ese término pudiese exceder el mandato constitucional y lograse expresarse en un auténtico asalto al poder.
El tiempo nos dirá si no estamos asistiendo, tal vez, a la promoción de una larga lista de mentiras.